Para una buena infancia, los niños y niñas tienen el derecho a que les den un nombre, una familia, educación, alimentación, atención sanitaria, a que les protejan, a que no trabajen, ni sean discriminados ni maltratados. Un niño ha de ser un niño, sobre todo.
Los niños aprenden de las actitudes de sus mayores, de nuestros cuidados, de su comportamiento y conducta hacia ellos y a los demás. La familia forma la primera línea de defensa de la infancia. Cuánto más lejos están los padres de sus hijos, más vulnerables se convierten ellos.
Los Derechos de los Niños son la columna vertebral para sociedades más justas e igualitarias. En la larga travesía que ha implicado para el ser humano reconocer que todos tenemos derechos por igual sin importar la etnia, la religión o la cultura, también se ha logrado desarrollar el concepto urgente de que los niños son seres vulnerables y que deben ser protegidos para evitar lo más que se pueda cualquier abuso, maltrato o injusticia que provenga del mundo de los adultos.
Los Derechos de los Niños dibujan una meta, pero los que deben trabajarla son los adultos. Un niño no es feliz por definición. La felicidad también se enseña, se aprende y debe ser aplicada en el día a día de la convivencia familiar.