El ser humano es un ser social y desde el momento de su nacimiento se integra y se reconoce como alguien que pertenece a determinados grupos dentro de una sociedad.
Desde el momento en el que nacemos nos constituimos como personas por el solo hecho de nuestra existencia y todas las personas comparten algo en común, por sobre todas las cosas, el ser seres sociales. Esto quiere decir que el ser humano es, básicamente, un ser que necesita vivir en sociedad y que tiene capacidades para hacerlo.
Si hay algo que diferencia al hombre con el resto de los animales y los vegetales es que ha sido capaz de crear estructuras como, por ejemplo, formas de gobierno, modelos económicos, lenguajes, idiomas, instituciones, religiones, diferentes creencias y, además, tiene la capacidad de transformar, de manera significativa, su entorno natural.
En los primeros años de vida, la familia es el grupo social esencial y, por eso, se denomina grupo social primario, con el cual la persona estrechará sus lazos y comenzará a adquirir algunas habilidades fundamentales que le servirán para, luego, socializar con los demás grupos.
Cuando se establece una pertenencia a un determinado grupo social es porque se comparte una o varias características con los demás integrantes. Durante el resto de su existencia, la persona formará parte, pertenecerá a diferentes grupos sociales como, por ejemplo, los amigos, aquellos que se conocen en el barrio o viven relativamente cercanos a la persona, los compañeros de la escuela, incluyendo también a quienes sean sus docentes, los compañeros de la universidad o los del trabajo, entre otros. Con la familia se comparte la descendencia de sangre, el apellido y un hogar en común.
Todo joven necesita un grupo dentro del cual desarrollarse. Si bien el grupo de pertenencia de un adolescente, una vez terminada esta etapa, irá cambiando, es durante este período que el grupo es una herramienta fundamental para atravesarla y formar la propia identidad.