La sobrepesca y la contaminación son una amenaza para su salud, sobre todo en las zonas costeras, que son las más productivas del medio marino.
Diez años después de entrar en vigencia la Ley para los Océanos (Convención de las Naciones Unidas, 1994), se hizo evidente y notoria la ruptura del diálogo del hombre con los océanos. La brecha cada vez mayor e insostenible entre riqueza y la pobreza amenazó la estabilidad de la sociedad en su conjunto y, en consecuencia, el ecosistema de los océanos continuó empeorando en proporciones alarmantes.
La Convención de las Naciones Unidas es uno de los instrumentos jurídicos más importantes del siglo XX. Reconoce que todos los problemas del espacio océano están estrechamente relacionados entre sí y deben ser considerados conjuntamente. También establece que los fondos marinos y oceánicos y su subsuelo, más allá de los límites de la jurisdicción nacional, son patrimonio común de la humanidad y todos tienen derecho a utilizarlos y la obligación de protegerlos. En tercer lugar, establece el marco jurídico global para todas las actividades que se llevan a cabo en los océanos y los mares y contiene normas detalladas que regulan todos los usos de los océanos y definen los derechos y responsabilidades de los Estados.
Los océanos que cubren dos terceras partes de la superficie de la tierra contienen las nueve décimas partes de los recursos de agua y el 90 por ciento de la biomasa viviente del mundo. Son fuente primaria de alimento y un recurso económico vital que proporciona sus medios de vida a más de tres mil millones y medio de personas.
Actualmente, los océanos sufren una grave degradación debido a la contaminación, la pesca excesiva y el desmesurado crecimiento urbano costero. A pesar de su importancia, suele considerarse que sus ecosistemas carecen de utilidad en el mundo. La ignorancia generalizada sobre su importancia ha contribuido a este concepto y ha promovido su destrucción y degradación.