Se trata de uno de los hechos más trascendentes para la vida humana, no sólo en términos nutricionales sino, fundamentalmente, por los componentes afectivos y vinculares que rodean al acto del amamantamiento.
Las primeras semanas de vida en los seres humanos marcan, esencialmente, los acontecimientos futuros. La leche materna se caracteriza por brindar el exacto equilibrio de macronutrientes (proteínas, hidratos de carbono, lípidos), vitaminas y minerales que se requieren para un adecuado desarrollo anatómico y funcional del niño.
En la leche materna se encuentran también anticuerpos protectores contra gran cantidad de infecciones virales y bacterianas. Dado que el sistema inmunológico de los recién nacidos sólo alcanza su madurez plena hacia los seis meses de vida, la lactancia actúa como una modalidad de inmunización semejante a ciertas vacunas, confiriendo protección plena ante distintas enfermedades.
La relevancia de la lactancia como vínculo afectivo es mayor que la puramente nutricional. El contacto entre la madre y el niño que se vehiculiza durante el acto de mamar fortalece el lazo entre ambos, brinda particular confianza al niño y genera en la madre un incremento de su unión con el pequeño. Tanto en función de su importancia en la alimentación como en términos de su valor vinculante, es conveniente no interrumpir la lactancia, en lo posible, antes de los seis meses de vida, para lograr los resultados más apropiados para esta ancestral y prodigiosa forma de relación humana.