El último informe de la Unesco sobre la polución oceánica, concretamente acerca de las basuras que echamos al mar, ofrece unas cifras que espantan. Coincidiendo con la celebración del Día Mundial de los Océanos este mes de junio, la organización dio a conocer sus conclusiones, al tiempo que tuvo lugar la conferencia Voces por una Mar Sana, dando pie a declaraciones de expertos no menos pesimistas.
El incremento de la basura marina se ha acelerado en las últimas décadas. Desde los años ochenta, la cantidad de basura marina que hay en la capa superficial de los océanos se ha disparado, hasta aumentar más de un ciento por ciento, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
“Arrojamos ocho millones de objetos diarios al océano, que, en conjunto, alcanzan un peso total de siete millones de toneladas de basura anuales”, dijo el director de la AAE, Daniel Rolleri.
Organizaciones como la ONU u otras asociaciones conservacionistas llevan años advirtiendo que de seguir a este ritmo polucionador, a mediados de siglo habrá más plástico que peces en los océanos. Por descontado, si además contamos los otros tipos de residuos, también superarán en cantidad a la vida marina.
Evitarlo, por otra parte, exigiría no solo regular el uso de determinados materiales para reducir su fabricación y aumentar su reutilización y reciclaje, sino también recurrir a tecnologías eficaces a la hora de limpiar los mares.
A juicio de Rolleri, la solución no es otra que dejar de utilizarlos. El experto no confía en el reciclaje para solucionar el problema. Podría reducirse su número, pero las dimensiones del problema son tales que solo mediante nuevos hábitos de consumo que reduzcan su uso podría aspirarse a una solución realmente efectiva.
Para ello, la fabricación de bioplásticos que no perjudicaran el ecosistema marino sería de gran ayuda, pero siempre teniendo en cuenta que reducir es la clave. El resto, será de gran ayuda, aunque complementaria, remarca el especialista.
De ello se deduce que no solo se precisan de normativas estrictas sino también un importante compromiso particular, que se traduzca en una potente colaboración ciudadana. Cada particular, consumidor o votante tiene en su mano la llave del cambio, explica.
El caso del Mediterráneo
Como es bien sabido, los grandes parches de basura del Pacífico constituyen las acumulaciones de residuos marinos más importantes. Sin embargo, se trata de un problema global, que requiere también de soluciones globales, incluyendo la lucha contra el cambio climático para reducir la acidificación de las aguas, otro tipo de polución no menos preocupante.
Esta semana, el Mar Mediterráneo ha centrado la atención de los medios a raíz de una campaña lanzada por Greenpeace, con la que se busca sensibilizar sobre la creciente y, por supuesto, preocupante polución que padece.
La ONG ha creado una puesta en escena espectacular gracias a la colocación de gigantescas botellas y vasos de plástico, creados para la ocasión. Su enorme tamaño hacía parecer pequeñas a las lanchas de la organización, dejando un mensaje claro que puede resumir la frase “hacer visible lo invisible”.
En su comunicado, Greenpeace subraya el riesgo ambiental que supone la contaminación en el castigado ecosistema Mediterráneo, con especial hincapié en la “contaminación por plásticos que invade el Mediterráneo”, un mar “cerrado”, apuntan desde Greepeace.
El hecho de que solo se comunique con el Atlántico por el estrecho de Gibraltar, “ralentiza la velocidad de sus corrientes de agua”, lo cual se une a una gran densidad urbana de sus ciudades costeras. Como consecuencia de ello, “la basura que arrojamos se acumula muy rápido”, hasta el punto de “alcanzar ya la densidad de los grandes vertederos de basura marina del Pacífico”.
Más allá del mar
El impacto ambiental que ocasionan los residuos en los océanos, como es lógico, va más allá de la afectación del ecosistema marino en sí. Puesto que los mares son fuente de recursos alimentarios y económicos, los problemas se dejan sentir en estos dos ámbitos también.
Por un lado, unos océanos contaminados, como es fácil entender, no constituyen una fuente de riqueza tan lucrativa como lo serían en caso contrario. Una realidad que afecta de manera especialmente dramática a los pueblos costeros que dependen de economías de subsistencia basadas en la explotación de recursos marinos.
Además de afectar al aspecto económico, también lo hace al área de la salud pública. Básicamente, porque a la sobreexplotación pesquera se le une una polución que merma la calidad de los peces y otros alimentos obtenidos del mar.
Una menor calidad que también implica peligrosidad. No en vano, los plásticos y microplásticos, además de otro tipo de contaminación que acaba en la cadena trófica alimenticia representan un peligro para la salud.
En concreto, los peces comen plástico de distinto tamaño, además de que el zooplancton, alimento de aquellos, hace lo propio al encontrarse en contacto con la denominada sopa plástica, consecuencia de la degradación de los plásticos.
En realidad, es un fenómeno mucho más complejo, puesto que no solo existe la contaminación plástica, con lo que la salud pública puede verse afectada por otros muchos factores.
Si bien es cierto que la ciencia todavía está empezando a descubrir los efectos que tiene uno u otro tipo de contaminación sobre la salud, no cabe duda de que los hallazgos realizados hasta la fecha son preocupantes. Tanto como para ser precavidos y estar atentos a nuevos hallazgos.